“La proxémica, una re-educación de los sentidos”
Fernando Martínez Pérez
¿Cómo empleamos y vivimos el espacio y de qué manera influyen en ello
las subestructuras biológicas y la cultura?, tal es la búsqueda que se plantea
Edward T. Hall en su libro La dimensión
oculta.
Tomando como punto de partida las teorías
antropológicas de Franz Boas, Hall acuña la palabra proxémica para designar las observaciones y las teorías referidas a
nuestro empleo del espacio. Su premisa inicial —esta vez sigue a Benjamin Lee
Whorf— es que no hay una experiencia perceptual “objetiva” y prístina que pueda
ser la base única del entendimiento entre los seres humanos, pues toda nuestra
experiencia sensible está atravesada por dos factores primordiales: el lenguaje
y la cultura. Además, ambos factores arraigan en la biología y en la
fisiología, no obstante que el hombre ha elaborado prolongaciones de su organismo que le permiten mejorar y
especializar distintas funciones. Tal es el caso de la computadora, que
prolonga el cerebro; el teléfono, la voz; la rueda, las piernas; el lenguaje,
la experiencia espaciotemporal, etc. Hall declara la influencia que en su
pensamiento ha ejercido la etología, es decir, el estudio del comportamiento
animal en relación con su medio, con la salvedad de que el humano moldea a su
medio y es moldeado por él, y así da origen a biotipos culturales, sólo apreciables en relación con el contexto
ambiental y cultural, es decir, en la micro-cultura: un gesto, la manera de
habitar el espacio, y todo un orden de comunicaciones silentes, no obvias para
los de afuera, es precisamente lo que hay que estudiar proxémicamente para buscar,
en principio, entendernos; enseguida, para planear mejor la habitabilidad del mundo.
Eso es precisamente la dimensión oculta.
Un primer principio etológico y de habitabilidad
espacial, que desde luego atañe al hombre, es la territorialidad. Todo ser vivo está prisionero de un espacio y
precisa de él paras sobrevivir. El territorio ofrece protección, refuerza la
dominancia, facilita la cría, protege contra la explotación y está asociado a
cierta jerarquización natural al proporcionar límites y presiones que mejoran a
la especie. Estos factores definen lo que serán especies de contacto y de no
contacto, y también las distancias de convivencia entre ellas. En el caso de
los seres humanos, las diversas culturas tienen formas peculiares de vivir el
espacio sensoriamente, unas son más visuales, otras más olfativas, pero a todas
las han transformado las prolongaciones corporales resultado de los avances
técnicos, como la tv, la radio, que han redefinido las distancias y los
espacios de convivencia. Y aunque Hall no podía decirlo todavía, pues publicó
su libro en 1966, la internet y la telefonía celular han conformado lo que en este
trabajo llamaremos una “diáspora de incomunicación perceptual” y una
introyección en espacios virtuales que aíslan, porque la convivencia sensible,
personal, está dando paso a otra de carácter virtual donde los sentidos, salvo
el de la vista, quedan totalmente excluidos. Habría que ver de qué manera los
biotipos culturales aparentemente extremos —digamos los árabes con los
norteamericanos— no se redefinen y terminan por generalizarse en función de estas
estandarizaciones de los prolongaciones orgánicas, es decir, de la técnica.
Una de los primeras descubrimientos que la etología
arroja sobre la manera cómo los seres vivos habitan el espacio es que cuando se
produce una alteración que provoca hacinamiento, la especie no sólo violenta
sus conductas sociales y destruye a los más débiles sino —y esto es lo interesante—sufre
trastornos de circulación, ataques cardíacos y menor resistencia a las
enfermedades, que los pueden llevar a la muerte, salvo a los más fuertes. Es,
según Hall, un mecanismo de selección natural que se da intra e inter-especies,
y que algunos ideólogos han argüido —decimos nosotros como recordatorio— a
favor de la supuesta superioridad de algunas biotipos humanos. La
territorialidad y la jerarquización son dos formas que tienen los seres vivos
de organizarse para sobrevivir, pero el humano ha manipulado ideológicamente
estos mecanismos naturales para afianzarlos como superioridades culturales. No
es eso lo que hace, desde luego Edward T. Hall, quien necesita de estas
premisas para inferir de ellas consecuencias para la proxémica, es decir, desde
una perspectiva etológica, ampliada a los seres humanos, debe reconsiderarse nuestra
idea de habitabilidad y de hacinamiento en función de factores culturales que
van más allá de una mera distribución geométrica y de un organización vertical
de las sociedades.
Los receptores sensibles del hombre —los sentidos—
son modificados por la cultura, la cual nos enseña desde niños a privilegiar
cierta información y desechar otra. Por ejemplo, el norteamericano ha embotado
la comunicación olfativa debido a que suprime los olores a través de mecanismos
artificiales como los desodorantes; otro caso es el de la uniformidad de sus
ciudades, con su falta de variedad visual y olfativa. Los japoneses, en cambio,
ante la falta de espacio, han aprendido a utilizarlo de manera más creativa.
“En resumen —dice E. Hall—, lo que uno puede hacer en un espacio dado determina
su modo de sentirlo.”
Nuestros receptores de distancia son los ojos, los oídos y la nariz, y solemos
pasar por alto el tacto, la piel, como instrumento de comunicación. Sin
embargo, a través de él, de ella, captamos la temperatura, que está
estrechamente ligada al sentimiento de apretura o hacinamiento: el calor
aprieta, el frío separa. En la medida en que podamos regularlos, también estaremos
administrando el espacio. Las experiencias visuales, táctiles olfativas,
auditivas, todas varían de una cultura a otra, y es necesario saberlo para
interpretar las reacciones ante los diversos tipos de contacto y reconocer las diferentes
necesidades de espacio que tienen los sujetos según su educación perceptual.
Para el humano, la vista resulta el sentido más
complejo. Nadie, salvo los artistas, cree que debe aprender a ver. Sin embargo,
aprendemos a mirar desde nuestra cultura. La interacción visual y la concepción
del espacio difiere, por ejemplo, entre los norteamericanos y los japoneses:
donde unos ven objetos situados otros ven huecos entre las cosas (ma le llaman en Japón). Una manera de
aprender cómo es el mundo perceptual de los seres humanos y cómo manejan las
distancias —íntima, personal, social y pública— es a través del arte.
Hay una relación del hombre con el medio que puede
atisbarse por el uso que los artistas hacen de sus medios: el idioma, las
formas, los colores, las texturas, los sonidos, etc. Aquí Hall confiesa su
filiación a la escuela transaccionalista de psicología y, siguiendo a Adelbert
Armes y Alexander Dornet, afirma que por medio de las producciones artísticas podemos
aprender cómo percibía los hombre del pasado. Por ejemplo, los egipcios sentían
gran interés geométrico por las líneas de visión y las superficies planas; los
griegos clásicos trataron de manera cenestésica el movimiento y la gran
expresión de ello es su escultura, hecha para tocar, no para ver, pero en los
planos y las aristas de su arquitectura hay una total ausencia de espacio
interior, que en Occidente resultará revelador hasta el surgimiento de las
cúpulas y las torres medievales. Del arte bizantino se deduce que estaban
acostumbrados a trabajar y a vivir muy de cerca. Con el Renacimiento llega la
perspectiva lineal y la conciencia entre lo que se sabe que está ahí y lo que tan
sólo aparece, es decir, entre el campo visual y la perspectiva. Se trata de una
conciencia matemática del espacio que impone un tamaño relativo de acuerdo con
las distancias. Leonardo Da Vinci y Tintoretto, entre otros, modificaron esta perspectiva
introduciendo los puntos de fuga, lo cual es indicador de nuevas experiencias
del espacio y por tanto nuevas formas de conocimiento sensorial. Después vino Rembrandt,
más tarde los impresionistas pintando conscientemente lo que sucedía con las
luces. Degas, Cézanne y Matisse reconocieron la índole fijadora y delimitadora
de los bordes; las texturas vivas de Braque, la percepción dinámica de Paul
Klee, el arte esquimal, que nos habla de lo abundantemente sensorial que es su
relación con el entorno… Como se ve, desde el Renacimiento hemos transitado de
las imágenes geométricas e intelectuales a una acentuación de las sensaciones y
del movimiento que resulta mucho más profunda. Se trata de un cambio de la
conciencia perceptiva que es posible rastrear a través de la pintura, pero
también a través de la literatura, pues el lenguaje —dice Hall siguiendo a Franz
Boas y a Benjamin Lee Whorf— moldea el mundo perceptual y afectivo del humano y
representa un modo de interpretación de la realidad. Por ello la literatura es
clave proxémica de la interpretación del espacio. Las imágenes de los
escritores constituyen sistemas de recordación, de empleos de la distancia
porque descubren un modo de ser de las relaciones interpersonales.
Hasta ahora lo que se ha expuesto es lo siguiente:
existe un pasado biológico del ser humano, que representa la base infra-cultural del trabajo antropológico
de E. T. Hall; también hay una base fisiológica común a todos los humanos, relacionada
ya no con el pasado sino con el presente, la de los sentidos, que es pre-cultural; finalmente está la base comportamental,
que varía de una cultura a otra, y es micro-cultural,
donde se puede aplicar la proxémica. Cada una de estas bases constituye un
sistema que cuando falla se refuerza con los otros dos. Lo que opera en la
información cultural es el refuerzo por repetición, por redundancia. Lo que no
se dice, es cubierto o completado por el otro sistema. Lo que Hall hace en
términos antropológicos es llevar su aprendizaje del sistema biológico y
fisiológico al cultural para crear la proxémica. Es decir, va de lo infra y
pre-cultural a lo cultural, pero lo aplica en el nivel de las micro-relaciones sensorias
para comprender la manera cómo el ser humano concibe y vive el espacio. La
micro-cultura, objeto de la proxémica, tiene un aspecto fijo, otro semi-fijo y
uno informal. Caractericémoslos.
Tenemos primero el espacio de caracteres fijos, como el trazado urbano, espacios
públicos, calles, casas, edificios, “recámaras”, oficinas, etc. La disposición
cambia según el tiempo y la civilización. Hoy, por ejemplo, a los europeos les
parece natural tener un espacio propio y gozar de privacidad, pero no siempre
fue así. Esta privatización del espacio coincide con el surgimiento de la
familia nuclear, monogámica. Debemos agregar —porque Hall no lo hace— que esta
coincidencia tiene otras posibles explicaciones, más allá de la proxémica, que
van desde las ideológicas hasta las económicas, relacionadas con transformaciones
en los modos de producción de la riqueza, en específico con el surgimiento del
capitalismo, que condicionan también las formas de vida y por tanto el uso y
concepción del espacio según los intereses de clase.
En este espacio de caracteres fijos, el sistema europeo subraya las líneas, en
cambio el japonés las intersecciones. Los espacios reproducen y denotan, pues,
aspectos comportamentales del ser humano: donde unos se sienten oprimidos otros
se sienten libres. El trazado urbano es expresión del temperamento y de una
concepción del espacio y de la vida. También tiene que ver con esto el espacio de caracteres semifijos: los muebles
y su disposición. ¿Se arrinconan o se mandan al centro? ¿Facilitan el contacto,
es decir son sociópetos, o propician la dispersión, esto es, son sociófugos?
¿Hay flexibilidad o rigidez? ¿Responden a la ocasión o al humor? Todo ello es
de interés para la proxémica. Finalmente, existe un espacio informal, que corresponde al juego de distancias entre las
personas y su interpretación, la cual varía de una cultura a otra.
Las distancias las clasifica Hall en: de fuga,
crítica, personal y social. Todos lo animales las manejan, pero en el hombre
han sido eliminadas culturalmente las dos primeras. Nuestro autor clasifica las
distancias entre los seres humanos en cuatro: íntima, personal, social y
pública, cada una con una fase abierta y otra cerrada. Todas están relacionadas
con la acción y con transacciones
situacionales aprendidas, donde intervienen el contacto físico, los olores, el
aliento, los roces, las miradas directas o de soslayo, la voz y su volumen, la
proximidad del cuerpo, y toda una construcción arbitraria de signos sólo
perceptibles en la micro-cultura, pero que si sabemos descifrar ayudan en la
planeación del espacio habitable de acuerdo a los caracteres culturales y
evitan generalizaciones arquitectónicas que en lugar de aliviar problemas de
hacinamiento los profundizan porque no toman en cuenta las relaciones perceptuales
culturalmente determinadas del humano con su entorno.
Cada cultura construye y vive sensoriamente su
espacio de manera distinta. Fundan sus fronteras, umbrales, aislamientos y
cercanías en virtud de motores sensibles característicos que no pueden
generalizarse. La esfera pública y privada se conciben de maneras distintas,
diluyen sus límites de una sociedad a otra. Lo que para los alemanes es
privacía, para los ingleses puede no serlo; lo que para los norteamericanos es
desorden tal vez no lo sea para los árabes. Las leyes de la buena o mala
vecindad, el comportamiento ocular, lo abierto y lo cerrado, todas son normas
proxémicas reconocibles sólo por unos y que consolidan al grupo y lo aíslan de
los demás, refuerzan la identidad y las diferencias. Las relaciones afectivas
se construyen espacialmente en virtud de muchísimas variables culturales que de
no advertirlas corremos el riesgo de no comprender al otro.
La etología y la proxémica comparadas resultas pues
fundamentales en la planeación del espacio de acuerdo con los modos de vida. El
tránsito del campo a la ciudad, de las costumbres tribales a las urbanas,
implica un largo proceso de adaptación que de no tomarse en cuenta crea
hacinamientos, sumideros de destrucción. La visión etnocéntrica de los enclaves
humanos ha traído muchos problemas de convivencia porque no respeta la relación
sensoria característica de los grupos humanos. Hay aspectos económicos, psicológicos,
antropológicos que deben considerarse en la planeación urbana. También es
importante la concepción del tiempo: son monocrónicos
quienes no suelen relacionarse afectivamente y compartimentan sus
actividades para hacerlas según un orden de sucesión; en cambio, son policrónicas las personas que gustan de
la simultaneidad y juntan sus actividades. Las plaza española e italiana
desempeñan funciones afectivas policrónicas, no así las rectas calles
principales de las ciudades estadounidenses. Reforzar estas afectividades con
la planeación hace que el humano se identifique con su entorno y se
responsabilice de él. Hay ciudades para caminar, como París, y ciudades para el
automóvil, tremendo invento que ha alterado nuestra relación sensoria con el
medio: vemos, olemos, escuchamos a una velocidad que no es la humana y las
sensaciones se nos escapan. La ciudad es expresión del pueblo que la edifica.
Hay que hacer que coincida con la idea que el hombre tiene y desea de sí mismo.
Se deben conservar trozos de espacio primitivo que nos recuerden que hay otras
formas de habitar el espacio. Por eso es importante el estudio de la cultura en
sus micro-relaciones sensorias, atender a la diversidad, que no es superficial,
y con base en ello planear el espacio. No podemos vivir temiéndonos unos a
otros, porque eso hace resurgir la reacción de huida, el pánico, la violencia.
Hace falta un redescubrimiento de nosotros mismos y la valoración del otro en
el plano cultural. “La mayor parte de la cultura está oculta y fuera del domino
voluntario, y es ella la que forma la trama y la urdimbre del tejido de nuestra
existencia.”
Este libro de Edward T. Hall resulta fundamental para
la reconsideración de nuestra idea del espacio: la proxémica constituye una
re-educación de la mirada y en general de los sentidos, re-educación que en mi
calidad de artista visual ha resultado reveladora. Tiene además una dimensión
ética, pues nos invita a la tolerancia, que en la esfera personal tiene que ver
con las micro-relaciones culturales y en la esfera pública con la admisión de
la diferencias en abstracto, pero que en lo concreto supone importantes
consecuencias políticas. Es un libro donde presente y espacio encuentran una
explicación plausible, a la que podemos complementar con otro libro donde ya no
es el presente sino el pasado, es decir, la memoria, el que interactúa con los
espacios para hacernos apreciar más nuestra condición de entes ubicados: me refiero a la Poética del espacio, de Gaston Bachelard.
Bibliografía