sábado, 16 de noviembre de 2013



“La proxémica, una re-educación de los sentidos”




Fernando Martínez Pérez

¿Cómo empleamos y vivimos el espacio y de qué manera influyen en ello las subestructuras biológicas y la cultura?, tal es la búsqueda que se plantea Edward T. Hall en su libro La dimensión oculta[1].
Tomando como punto de partida las teorías antropológicas de Franz Boas, Hall acuña la palabra proxémica para designar las observaciones y las teorías referidas a nuestro empleo del espacio. Su premisa inicial —esta vez sigue a Benjamin Lee Whorf— es que no hay una experiencia perceptual “objetiva” y prístina que pueda ser la base única del entendimiento entre los seres humanos, pues toda nuestra experiencia sensible está atravesada por dos factores primordiales: el lenguaje y la cultura. Además, ambos factores arraigan en la biología y en la fisiología, no obstante que el hombre ha elaborado prolongaciones de su organismo que le permiten mejorar y especializar distintas funciones. Tal es el caso de la computadora, que prolonga el cerebro; el teléfono, la voz; la rueda, las piernas; el lenguaje, la experiencia espaciotemporal, etc. Hall declara la influencia que en su pensamiento ha ejercido la etología, es decir, el estudio del comportamiento animal en relación con su medio, con la salvedad de que el humano moldea a su medio y es moldeado por él, y así da origen a biotipos culturales, sólo apreciables en relación con el contexto ambiental y cultural, es decir, en la micro-cultura: un gesto, la manera de habitar el espacio, y todo un orden de comunicaciones silentes, no obvias para los de afuera, es precisamente lo que hay que estudiar proxémicamente para buscar, en principio, entendernos; enseguida, para planear mejor la habitabilidad del mundo. Eso es precisamente la dimensión oculta.
Un primer principio etológico y de habitabilidad espacial, que desde luego atañe al hombre, es la territorialidad. Todo ser vivo está prisionero de un espacio y precisa de él paras sobrevivir. El territorio ofrece protección, refuerza la dominancia, facilita la cría, protege contra la explotación y está asociado a cierta jerarquización natural al proporcionar límites y presiones que mejoran a la especie. Estos factores definen lo que serán especies de contacto y de no contacto, y también las distancias de convivencia entre ellas. En el caso de los seres humanos, las diversas culturas tienen formas peculiares de vivir el espacio sensoriamente, unas son más visuales, otras más olfativas, pero a todas las han transformado las prolongaciones corporales resultado de los avances técnicos, como la tv, la radio, que han redefinido las distancias y los espacios de convivencia. Y aunque Hall no podía decirlo todavía, pues publicó su libro en 1966, la internet y la telefonía celular han conformado lo que en este trabajo llamaremos una “diáspora de incomunicación perceptual” y una introyección en espacios virtuales que aíslan, porque la convivencia sensible, personal, está dando paso a otra de carácter virtual donde los sentidos, salvo el de la vista, quedan totalmente excluidos. Habría que ver de qué manera los biotipos culturales aparentemente extremos —digamos los árabes con los norteamericanos— no se redefinen y terminan por generalizarse en función de estas estandarizaciones de los prolongaciones orgánicas, es decir, de la técnica.
Una de los primeras descubrimientos que la etología arroja sobre la manera cómo los seres vivos habitan el espacio es que cuando se produce una alteración que provoca hacinamiento, la especie no sólo violenta sus conductas sociales y destruye a los más débiles sino —y esto es lo interesante—sufre trastornos de circulación, ataques cardíacos y menor resistencia a las enfermedades, que los pueden llevar a la muerte, salvo a los más fuertes. Es, según Hall, un mecanismo de selección natural que se da intra e inter-especies, y que algunos ideólogos han argüido —decimos nosotros como recordatorio— a favor de la supuesta superioridad de algunas biotipos humanos. La territorialidad y la jerarquización son dos formas que tienen los seres vivos de organizarse para sobrevivir, pero el humano ha manipulado ideológicamente estos mecanismos naturales para afianzarlos como superioridades culturales. No es eso lo que hace, desde luego Edward T. Hall, quien necesita de estas premisas para inferir de ellas consecuencias para la proxémica, es decir, desde una perspectiva etológica, ampliada a los seres humanos, debe reconsiderarse nuestra idea de habitabilidad y de hacinamiento en función de factores culturales que van más allá de una mera distribución geométrica y de un organización vertical de las sociedades.
Los receptores sensibles del hombre —los sentidos— son modificados por la cultura, la cual nos enseña desde niños a privilegiar cierta información y desechar otra. Por ejemplo, el norteamericano ha embotado la comunicación olfativa debido a que suprime los olores a través de mecanismos artificiales como los desodorantes; otro caso es el de la uniformidad de sus ciudades, con su falta de variedad visual y olfativa. Los japoneses, en cambio, ante la falta de espacio, han aprendido a utilizarlo de manera más creativa. “En resumen —dice E. Hall—, lo que uno puede hacer en un espacio dado determina su modo de sentirlo.”[2] Nuestros receptores de distancia son los ojos, los oídos y la nariz, y solemos pasar por alto el tacto, la piel, como instrumento de comunicación. Sin embargo, a través de él, de ella, captamos la temperatura, que está estrechamente ligada al sentimiento de apretura o hacinamiento: el calor aprieta, el frío separa. En la medida en que podamos regularlos, también estaremos administrando el espacio. Las experiencias visuales, táctiles olfativas, auditivas, todas varían de una cultura a otra, y es necesario saberlo para interpretar las reacciones ante los diversos tipos de contacto y reconocer las diferentes necesidades de espacio que tienen los sujetos según su educación perceptual.
Para el humano, la vista resulta el sentido más complejo. Nadie, salvo los artistas, cree que debe aprender a ver. Sin embargo, aprendemos a mirar desde nuestra cultura. La interacción visual y la concepción del espacio difiere, por ejemplo, entre los norteamericanos y los japoneses: donde unos ven objetos situados otros ven huecos entre las cosas (ma le llaman en Japón). Una manera de aprender cómo es el mundo perceptual de los seres humanos y cómo manejan las distancias —íntima, personal, social y pública— es a través del arte.
Hay una relación del hombre con el medio que puede atisbarse por el uso que los artistas hacen de sus medios: el idioma, las formas, los colores, las texturas, los sonidos, etc. Aquí Hall confiesa su filiación a la escuela transaccionalista de psicología y, siguiendo a Adelbert Armes y Alexander Dornet, afirma que por medio de las producciones artísticas podemos aprender cómo percibía los hombre del pasado. Por ejemplo, los egipcios sentían gran interés geométrico por las líneas de visión y las superficies planas; los griegos clásicos trataron de manera cenestésica el movimiento y la gran expresión de ello es su escultura, hecha para tocar, no para ver, pero en los planos y las aristas de su arquitectura hay una total ausencia de espacio interior, que en Occidente resultará revelador hasta el surgimiento de las cúpulas y las torres medievales. Del arte bizantino se deduce que estaban acostumbrados a trabajar y a vivir muy de cerca. Con el Renacimiento llega la perspectiva lineal y la conciencia entre lo que se sabe que está ahí y lo que tan sólo aparece, es decir, entre el campo visual y la perspectiva. Se trata de una conciencia matemática del espacio que impone un tamaño relativo de acuerdo con las distancias. Leonardo Da Vinci y Tintoretto, entre otros, modificaron esta perspectiva introduciendo los puntos de fuga, lo cual es indicador de nuevas experiencias del espacio y por tanto nuevas formas de conocimiento sensorial. Después vino Rembrandt, más tarde los impresionistas pintando conscientemente lo que sucedía con las luces. Degas, Cézanne y Matisse reconocieron la índole fijadora y delimitadora de los bordes; las texturas vivas de Braque, la percepción dinámica de Paul Klee, el arte esquimal, que nos habla de lo abundantemente sensorial que es su relación con el entorno… Como se ve, desde el Renacimiento hemos transitado de las imágenes geométricas e intelectuales a una acentuación de las sensaciones y del movimiento que resulta mucho más profunda. Se trata de un cambio de la conciencia perceptiva que es posible rastrear a través de la pintura, pero también a través de la literatura, pues el lenguaje —dice Hall siguiendo a Franz Boas y a Benjamin Lee Whorf— moldea el mundo perceptual y afectivo del humano y representa un modo de interpretación de la realidad. Por ello la literatura es clave proxémica de la interpretación del espacio. Las imágenes de los escritores constituyen sistemas de recordación, de empleos de la distancia porque descubren un modo de ser de las relaciones interpersonales.
Hasta ahora lo que se ha expuesto es lo siguiente: existe un pasado biológico del ser humano, que representa la base infra-cultural del trabajo antropológico de E. T. Hall; también hay una base fisiológica común a todos los humanos, relacionada ya no con el pasado sino con el presente, la de los sentidos, que es pre-cultural; finalmente está la base comportamental, que varía de una cultura a otra, y es micro-cultural, donde se puede aplicar la proxémica. Cada una de estas bases constituye un sistema que cuando falla se refuerza con los otros dos. Lo que opera en la información cultural es el refuerzo por repetición, por redundancia. Lo que no se dice, es cubierto o completado por el otro sistema. Lo que Hall hace en términos antropológicos es llevar su aprendizaje del sistema biológico y fisiológico al cultural para crear la proxémica. Es decir, va de lo infra y pre-cultural a lo cultural, pero lo aplica en el nivel de las micro-relaciones sensorias para comprender la manera cómo el ser humano concibe y vive el espacio. La micro-cultura, objeto de la proxémica, tiene un aspecto fijo, otro semi-fijo y uno informal. Caractericémoslos.
Tenemos primero el espacio de caracteres fijos, como el trazado urbano, espacios públicos, calles, casas, edificios, “recámaras”, oficinas, etc. La disposición cambia según el tiempo y la civilización. Hoy, por ejemplo, a los europeos les parece natural tener un espacio propio y gozar de privacidad, pero no siempre fue así. Esta privatización del espacio coincide con el surgimiento de la familia nuclear, monogámica. Debemos agregar —porque Hall no lo hace— que esta coincidencia tiene otras posibles explicaciones, más allá de la proxémica, que van desde las ideológicas hasta las económicas, relacionadas con transformaciones en los modos de producción de la riqueza, en específico con el surgimiento del capitalismo, que condicionan también las formas de vida y por tanto el uso y concepción del espacio según los intereses de clase.[3] En este espacio de caracteres fijos, el sistema europeo subraya las líneas, en cambio el japonés las intersecciones. Los espacios reproducen y denotan, pues, aspectos comportamentales del ser humano: donde unos se sienten oprimidos otros se sienten libres. El trazado urbano es expresión del temperamento y de una concepción del espacio y de la vida. También tiene que ver con esto el espacio de caracteres semifijos: los muebles y su disposición. ¿Se arrinconan o se mandan al centro? ¿Facilitan el contacto, es decir son sociópetos, o propician la dispersión, esto es, son sociófugos? ¿Hay flexibilidad o rigidez? ¿Responden a la ocasión o al humor? Todo ello es de interés para la proxémica. Finalmente, existe un espacio informal, que corresponde al juego de distancias entre las personas y su interpretación, la cual varía de una cultura a otra.
Las distancias las clasifica Hall en: de fuga, crítica, personal y social. Todos lo animales las manejan, pero en el hombre han sido eliminadas culturalmente las dos primeras. Nuestro autor clasifica las distancias entre los seres humanos en cuatro: íntima, personal, social y pública, cada una con una fase abierta y otra cerrada. Todas están relacionadas con la acción y con transacciones situacionales aprendidas, donde intervienen el contacto físico, los olores, el aliento, los roces, las miradas directas o de soslayo, la voz y su volumen, la proximidad del cuerpo, y toda una construcción arbitraria de signos sólo perceptibles en la micro-cultura, pero que si sabemos descifrar ayudan en la planeación del espacio habitable de acuerdo a los caracteres culturales y evitan generalizaciones arquitectónicas que en lugar de aliviar problemas de hacinamiento los profundizan porque no toman en cuenta las relaciones perceptuales culturalmente determinadas del humano con su entorno.
Cada cultura construye y vive sensoriamente su espacio de manera distinta. Fundan sus fronteras, umbrales, aislamientos y cercanías en virtud de motores sensibles característicos que no pueden generalizarse. La esfera pública y privada se conciben de maneras distintas, diluyen sus límites de una sociedad a otra. Lo que para los alemanes es privacía, para los ingleses puede no serlo; lo que para los norteamericanos es desorden tal vez no lo sea para los árabes. Las leyes de la buena o mala vecindad, el comportamiento ocular, lo abierto y lo cerrado, todas son normas proxémicas reconocibles sólo por unos y que consolidan al grupo y lo aíslan de los demás, refuerzan la identidad y las diferencias. Las relaciones afectivas se construyen espacialmente en virtud de muchísimas variables culturales que de no advertirlas corremos el riesgo de no comprender al otro.
La etología y la proxémica comparadas resultas pues fundamentales en la planeación del espacio de acuerdo con los modos de vida. El tránsito del campo a la ciudad, de las costumbres tribales a las urbanas, implica un largo proceso de adaptación que de no tomarse en cuenta crea hacinamientos, sumideros de destrucción. La visión etnocéntrica de los enclaves humanos ha traído muchos problemas de convivencia porque no respeta la relación sensoria característica de los grupos humanos. Hay aspectos económicos, psicológicos, antropológicos que deben considerarse en la planeación urbana. También es importante la concepción del tiempo: son monocrónicos quienes no suelen relacionarse afectivamente y compartimentan sus actividades para hacerlas según un orden de sucesión; en cambio, son policrónicas las personas que gustan de la simultaneidad y juntan sus actividades. Las plaza española e italiana desempeñan funciones afectivas policrónicas, no así las rectas calles principales de las ciudades estadounidenses. Reforzar estas afectividades con la planeación hace que el humano se identifique con su entorno y se responsabilice de él. Hay ciudades para caminar, como París, y ciudades para el automóvil, tremendo invento que ha alterado nuestra relación sensoria con el medio: vemos, olemos, escuchamos a una velocidad que no es la humana y las sensaciones se nos escapan. La ciudad es expresión del pueblo que la edifica. Hay que hacer que coincida con la idea que el hombre tiene y desea de sí mismo. Se deben conservar trozos de espacio primitivo que nos recuerden que hay otras formas de habitar el espacio. Por eso es importante el estudio de la cultura en sus micro-relaciones sensorias, atender a la diversidad, que no es superficial, y con base en ello planear el espacio. No podemos vivir temiéndonos unos a otros, porque eso hace resurgir la reacción de huida, el pánico, la violencia. Hace falta un redescubrimiento de nosotros mismos y la valoración del otro en el plano cultural. “La mayor parte de la cultura está oculta y fuera del domino voluntario, y es ella la que forma la trama y la urdimbre del tejido de nuestra existencia.”[4]
Este libro de Edward T. Hall resulta fundamental para la reconsideración de nuestra idea del espacio: la proxémica constituye una re-educación de la mirada y en general de los sentidos, re-educación que en mi calidad de artista visual ha resultado reveladora. Tiene además una dimensión ética, pues nos invita a la tolerancia, que en la esfera personal tiene que ver con las micro-relaciones culturales y en la esfera pública con la admisión de la diferencias en abstracto, pero que en lo concreto supone importantes consecuencias políticas. Es un libro donde presente y espacio encuentran una explicación plausible, a la que podemos complementar con otro libro donde ya no es el presente sino el pasado, es decir, la memoria, el que interactúa con los espacios para hacernos apreciar más nuestra condición de entes ubicados: me refiero a la Poética del espacio, de Gaston Bachelard[5].



Bibliografía
Hall, Edward T., La dimensión oculta, tr. Félix Blanco, 21ª edición, México, Siglo XXI, 2003, 270 pp.
Baudrillard, Jean, El sistema de los objetos, México, Siglo XXI, 1999, 229 pp.
Bachelard, Gastón, La poética del espacio,  México, Fondo de Cultura Económica, 1983, 281 pp. (Breviarios 183)



[1] Hall, Edward T., La dimensión oculta, tr. Félix Blanco, 21ª edición, México, Siglo XXI, 2003, 270 pp.
[2] Ibid., p. 72.
[3] Véase Baudrillard, Jean, El sistema de los objetos, México, Siglo XXI, 1999. Según este autor, hay un discurso de los objetos. A partir de ellos podemos practicar una analítica desmitologizante. Los viejos muebles, por ejemplo, pesados  y ostentosos, han llegado a ser expresión de una teatralidad moral y espejo de una estructura humana reificada, mientras que la servidumbre absoluta de los muebles modernos ha perdido esta teatralidad: han llegado a ser objetos enteramente prácticos que pasan inadvertidos en su funcionalidad, y no solamente eso, supeditan, inclusive, su carácter de objetos-función a un nuevo orden cuyo lema es la organización, su valor ya no es arraigadamente simbólico, ni instintivo, ni psicológico, sino táctico: todo obedece a las leyes del cálculo y la comunicación estratégica. Se trata de ese sofá que en la noche se vuelve cama y sirve como muro-frontera entre el comedor y la estancia-recámara: intimidad solapada y artificial que se construye o se destruye según la hora del día y las necesidades de espacio. Son estructuras sociales distintas…
[4] Hall, Edward T. op. cit., p. 231.
[5] Véase Bachelard, Gastón, La poética del espacio,  México, Fondo de Cultura Económica,

No hay comentarios:

Publicar un comentario